miércoles, 7 de mayo de 2014

Maldades de niñez


De pequeña fui muy feliz, regalona de mi abuelita, desordenada y peleadora. Lo último tenía un objetivo fijo: que me fueran a dejar donde mi abuelita. Ella vivía en un cerro y subía apoyándose en un palito. Tenía costumbres raras, por ejemplo compraba carne, la lavaba meticulosamente, ponía la carne en la olla... ¡y le echaba la misma agua a la olla! pero nunca le pregunté porque hacía eso. La solían hacer lesa con la plata, no conocía bien los billetes, así que yo iba con ella a comprar.

En el colegio me interesaba jugar, podía no llevar cuadernos pero no podía faltar el collar para jugar al luche o en el bolso el pan amasado. Pan que solía traer "Carlitos" a casa cada mañana, corriendo porque sabía que pronto me iría al colegio. En ese entonces, por hacerme burla, me decían "señorita" y yo me lo creía.

Odiaba usar zapatos, así que solía ir al colegio descalza, con los zapatos al hombro y pisando los charcos de agua (cosa nada buena para mi delantal blanco), llegaba así al colegio, descalza, sucia y además atrasada. La profesora me decía entonces "¿son esas maneras de presentarse?" y yo decía que sí. Al final me hacía poner los zapatos, pero no me duraban mucho en los pies, al rato estaban detrás de la puerta.

Era popular en el colegio y mis grandes amigas, por supuesto, eran las que me llevaban cositas para comer, a cambio yo les daba collares para el luche. A mí mamá no le gustaba ese tipo de amistades, prefería a mis otras amigas, un par de abuelitas con las que solía ir.

En ese entonces no había juguetes, no como ahora, solíamos entretenernos con lo que había, por ejemplo unas tablitas se transformaban en una casita en la que jugábamos y la que mis hermanos solían derribar.

Una de mis hermanas menores era muy peleadora conmigo, me tenía las manos llenas de arañazos, así que yo me defendía y salía persiguiéndola, para que no la alcanzara ella se subía a la higuera y yo con un palo le picaba los pies. Esa misma hermana solía hacerse pasar por mí ante mi abuelita, ella llegaba a la casa con un paquete de dulces y ella (junto a otra de mis hermanas) le decían "abuelita, yo soy la Sixta", pero mi abuelita no era tonta y les respondía "los cocos del perro pa' ti ¡estos son pa' la Sixta!". Mis hermanas solían hacerle maldades, así que yo escuchaba a ratos sus gritos de auxilio, cuando le quitaban la tablita por donde cruzaba la acequia o cuando movían la cisterna al grito de "¡Terremoto!". ¿Cómo esperaban dulces así?

Recuerdo, entre las travesuras de mi niñez, el día en que bautizaron a mi hermano menor, yo vi las tarjetas tan bonitas que decidí guardarlas y, claro, cuando llegaron a buscarlas no encontraron ninguna. Entonces la madrina fue hacia donde yo estaba y me ofreció cambiármelas por dulces. Por suerte esa vez no me pilló mi mamá.

Hablando de hermanos, hubo uno al que quise mucho, era sólo hijo de mi papá, él se fue a los 12 años de la casa. Al tiempo después lo vi bajar de un camión, con plátanos y un par de kilos de dulces para mí. Para que no me pillara mi mamá escondí todo bajo la cama y cuando ella se dio cuenta que Enrique me había traído algo quedaban las puras cáscaras de los plátanos, no sé como no me enfermé del estómago en esa oportunidad.

Cuando era chica y habían elecciones tocaba ir a votar al pueblo, nuestra locomoción era un tractor que iba tirando un carro que tenía bancas a los lados y un toldo arriba. Le llamaban "el coloso". En la mañana se iba al pueblo y volvía en la tarde. En una de esas ocasiones la mamá nos dejó hacer tallarines, pero no teníamos mucha idea, así que le echamos en la misma agua todo el aliño que se le ponía después, quedando una mazamorra incomible. Amarramos a nuestro hermano y le dimos los tallarines a la fuerza, él se soltó y nosotras nos escondimos en la pieza de la mamá, cuando llegó ella se encontró con nosotras encerradas en la pieza y mi hermano golpeando la puerta. Al preguntarnos que pasaba hemos dicho "¡es que el Miro nos quiere pegar!", ni tonta le íba a decir que nosotras teníamos la culpa.

Ahora que lo pienso, hice muchas maldades de chica.

Para empezar

¿Por qué "Chista no"? Porque cuando era chica y me decían "Sixta", no me gustaba, por lo mismo solía decir "¡Chista no!" y mis hermanas me decían "¡Sixta sí!". Con el tiempo me acostumbré a mi nombre y le tomé cariño, pero acordándome de esos años, decidí hacer mi blog con ese nombre.

Quise hacer este blog para dejar mi historia a mis nietos, que sepan más de su abuela, dejar mi experiencia o alguna enseñanza; algo que le pueda servir a otra persona. Pienso que es una buena forma de hacer que en un futuro me recuerden con cariño y no como la "vieja pesá'".